martes, 23 de noviembre de 2010

LASTIMA MARGARITO


No tendría que haber peleado pero decidí que era la oportunidad de mi vida. Ese fue mi error. No es que sea un idiota que no haya visto que no tenía oportunidad alguna. La explicación se resume en una palabra: dinero.

No necesito decir más. Mi situación es precaria, he hecho trampa en mi profesión y estoy en mis últimos días. Creo que eso es más que suficiente para defender lo que sucedió en Texas.

Sobre la pelea no tengo nada que decir. Mi estrategia era clara y sencilla; esperar, esperar y esperar hasta tener uno que otro golpe limpio. Nunca tomé en cuenta la rapidez del Pacman. Lo peor, conforme pasaban los rounds más golpes daban en el rostro. Qué estupidez. Ya no podía más; es la verdad. Llevaba pensando eso desde el quinto round. Empezaba a arrepentirme pero mi estúpida obstinación no me dejó tirar la toalla.

Fue ese gancho al hígado el que me creo falsas esperanzas. Pensarlo fue muy sencillo: si logré diezmarlo con un golpe, puedo vencerlo con dos más. Mi percepción nublada por los golpes. Sentía que la desesperación de mi esquina era un espejismo. No imaginaba los rostros de mi familia, la angustia y desconsuelo de mi esposa, la desilusión de mi hijo.

¿Qué hacía mi hijo allí? Soy su héroe, tenía que llevarlo. Eso es lo que digo a la prensa y a todo aquél que me cuestiona. Por su puesto es una mentira. Le hice creer que papá sería campeón de nuevo. Pensé que la cara de un niño en mi regreso a las grandes bolsas era la prueba de que la integridad es renovable. Lo utilicé para mi beneficio imaginando que podría reinventar mi inocencia. Le había mentido a mi propio hijo. Me avergüenzo cuando lo recuerdo.

Pero aún en el peor de mis fracasos muchas personas me admiran. Después de la gran farsa resulta que soy el nuevo caudillo del boxeo. La frase “soy mexicano y los mexicanos llegamos hasta el final” fue mi victoria. Leo como honro a mi país cuando Rosique escribe que mi sangre fue una ofrenda y que ha sido el momento más lúcido en toda mi carrera. Según la televisión he dejado de ser una vergüenza y ahora soy ejemplo del esfuerzo y valentía.

“Soy mexicano y los mexicanos llegamos hasta el final”. Un argumento que bien podría utilizar el presidente para seguir justificando su lucha sin sentido. Una sentencia absurda porque en realidad nací en Torrance, Estados Unidos. Un argumento tan falso como esa guerra que Calderón asegura pondrá fin a todos los males y traerá la paz definitiva. Lo cierto es que en esta guerra mis huesos no soldarán así como los padres, hijos y esposos asesinados no regresarán.

Incluso en cierto sentido personifico esa lucha sin sentido. Represento al patriotismo de ojos vendados, al patrioterismo. Es una ironía conocer tan poco de tus orígenes y de la forja de tu supuesto país pero salir a escena como producto de la fábrica de héroes nacionales. En el auge bicentenario quiero dejar de ser pocho, pertenecer a una patria y luchar por ella. Por ello mi martirologio absurdo arriba del ring y mis absurdas declaraciones.

Es una lástima que esté al borde del retiro cuando más me está gustando el tarje de charro y justo en el momento en que el boxeo está en boga dentro de la televisión mexicana. Al menos yo en TV Azteca porque en Televisa no soy nadie comparado con el Canelo. De cuando en cuando me imagino presentarme en México con estadio lleno pero para eso necesitamos estar en la agenda de gobierno. Los boxeadores hemos sido olvidados desde que Julio fue un instrumento de poder para Salinas. Jamás se ve a un boxeador recibiendo una llamada del presidente. Es una lástima.

¿Qué si después de todo he entrado en razón? Incluso ahora con mi cara destruida y mi orgullo destrozado creo que lo volvería a hacer. Soy el mismo Margarito, el mismo rostro alargado y demacrado, sólo que ahora un poco aturdido y exhausto. Mi mente sigue puesta en seguir consiguiendo dinero fácil aunque eso conlleve a seguir abusando de mi propio cuerpo. Desde ahora no estaré constantemente bajo sospecha de fraude sino de incompetencia.



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